Hace muchos años, muchísimos
años, pero no tantos como la edad del mundo, se interpuso una demanda en contra
de la rebeldía que incidía en el orden establecido. En dicho juicio miradas
amenazantes intimidaban a la acusada, con la defensa inhabilitada su voz fue apagada
y la sentencia dictaminó el silencio perpetuo para toda su descendencia. La
inferioridad de su género se promulgó por medio de las Sagradas escrituras. (Jueces
21:10-12).
Por siglos la mujer fue
subordinada ante los ojos del mundo, quien nacía y se creía acreedora de
derechos que no correspondían a la inferioridad de su género, ardían en su
insolencia o eran apedreadas en el orgullo. Noches de oración apelando a la
piedad del juez que las había condenado, convirtieron a las mujeres en seres
innatos de devoción.
Al parecer para el séquito de
la sotana la evolución no cuenta y aunque admitan vivir en el siglo XXI, siguen
los paradigmas de una sociedad ajena a ellos, aun así creen saber qué es lo
mejor para todos. Son audaces al momento de dar veredictos y sus palabras son
sagradas, ya que fueron creados a la imagen y semejanza de alguien desconocido.
Proclaman la moral y el amor
por el prójimo, pero sufren de ceguera, porque su singular amor obligó a
cientos de mujeres a vivir a la sombra masculina, años de entrenamiento la
convirtieron en súbdita de la sociedad “Si alguien vende a su hija como
esclava, ésta no podrá quedar libre como los esclavos varones” (Éxodo 21:7);
sino estaba a merced de su esposo lo que significaba principalmente ser sumisa
y oradora, trascendería en la historia con el peyorativo de puta, lo que les
costaría la vida (Jueces 21:10-12 ). Así como aquel personaje en la biblia que
trascendió en los años como una mujerzuela.
Matrimonios impuestos en busca
de la procreación hicieron de ellas la mejor fábrica de natalidad (Génesis
3:16), la población comenzó un ascenso espantoso según los designios del
poderoso. “Multiplicaos” se convirtió en la consigna de la vida y “Dios
proveerá” en el pan de cada día.
Al parecer un siglo que venía
con las grandes promesas para superar los conflictos pasados se esfumó como
cada palabra proveniente de las campañas políticas. Con la proclamación de los
derechos humanos, se creyó una sociedad diferente, mujeres, afros, indígenas,
gitanos y homosexuales, serían escuchados, puesto que en 1948 con la
Declaración de los derechos humanos se admitía el sufragio universal, el cual
no distinguía entre raza, religión, sexo o inclinación sexual, un verdadero
Edén.
Sin embargo 68 años después,
el panorama es desolador, la misoginia, es una realidad latente. Aún existen países
donde la mujer no tiene derecho al voto.
Líbano: se requiere prueba de
educación básica para mujeres, pero no para hombres.
Emiratos Árabes: sufragio
limitado para ambos sexos.
Vaticano: sólo pueden votar
los hombres.
En una iglesia donde el 61%
son mujeres quienes están organizadas en diferentes órdenes religiosas, pero
que aun así viven el viacrucis de aquella condena, invita a que nos preguntemos
¿quién es el prójimo al que aquél poderoso ama? ¿El reflejo de su espejo?
Para reclamar nuestros
derechos, para que alcemos la voz para nosotras, salgamos todas a marchar este
8 de marzo, porque nuestro cuerpo es nuestra decisión, porque mi voz importa y
rompamos la condena del silencio que nos impusieron. Salgamos a decir:
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Fuente: niunamenos.com.ar |