Antes de que todo fuera tan superficial, tan banal, tan pasajero, todos planeábamos caminos, rumbos, que nos llevarían a lo que cada quien designa como su sueño, como lo que quiere cumplir y para lo que debe trabajar toda una vida.
Ahora todo ha cambiado, el sacrificio que nuestros padres invertían cada día para cumplir sus metas se ha ido, ellos lograron lo que querían basados en el fuerzo y la constancia de cada día, tristemente esa bella costumbre no sé hereda, no viene en los genes, y se ha ido perdiendo o se perdió en el peor de los casos, ahora él futuro no conocerá el valor de disfrutar lo que uno mismo siembra, cuida y finalmente cosecha.
Mi abuelo me contaba aquellas historias de su época, donde todo era tan diferente a como yo lo vivo, me pregunto si yo pudiera resistir la forma de vida que él llevaba, todo muy estricto, más difícil, los tiempos cambian y en vez de que todo lo que hay ahora, computadoras, teléfonos, ciudades totalmente urbanizadas, nos hagan convertirnos en personas unidas y solidarias, somos totalmente diferentes, despiadados con el dolor ajeno, ya no vemos más allá porque, “ya lo tenemos todo”.
Un sábado 9 de abril, mientras la abuela arreglaba su intocable pero fervoroso jardín, se dirigía a la mecedora con un tinto en su mano y el periódico en la otra Ernesto José de Salas, mi abuelo, mientras el caminaba para sentarse, recordaba cada historia que desde muy niño él me contaba y cuando se equivocaba en fechas o personas, la abuela intervenía ofuscada y casi en tono de regaño lo corregía en dicho error, él me miraba y solo decía – así la quiero yo – ella se alejaba refunfuñando y Ernesto José, reía al ver a su mujer en plan de mamá regañona, recuerdo sus palabras – vea mijito, cuando usted se enamore va a disfrutar hasta los regaños, porque ellas se convierten en un todo, y no hay mayor felicidad que despertar al lado de mi vieja.
Él como de costumbre se tomaba su tinto y se ponía a leer el periódico, yo me acerqué a él, con ansias de saberlo todo, de esa curiosidad infinita ya dicen por ahí, que los viejos son sabios y que mejor maestro que Ernesto, con solo una pregunta se desataban miles historias, su manera de contarla era prodigiosa, no importaba si la que comenzaba a relatar ya la sabía, pero no había mayor placer que escucharlo, me hacía sentir un personaje más. Así que ese día, inicie por preguntarle que extrañaba de aquellas épocas cuando era joven, él me miro vio a su alrededor, suspiro e inicio su relato – Vea José, en mis épocas, ya hace años, cuando aún no existían las calles pavimentadas, los grandes medios de transporte que usamos diariamente, y las diversas comodidades de las que hoy en día disfrutamos, vivían aquellos hombres y mujeres valientes, desafiantes a cada salida de sol, pensantes ante cada salida de luna pero siempre con la esperanza de un mejor mañana o de que sus tantos hijos nunca les faltase el pan para comer, cuando yo tenía su edad, no conocía los límites de mi imaginación, de lo que yo soñaba, mi papá le decía a mi mamá – mija, este muchacho quiere comerse el mundo, ¿vos que le diste? – mi mamá me miraba y me decía que dejará de decir tantas barbaridades, pero en realidad no eran, ahora todo eso es posible, el teléfono ya no son dos vasos unidos por una cuerda, las cartas ya no se demoran meses en llegar, para eso está el correo electrónico si son para largas distancias, y así poco a poco la cosas fueron cambiando, quizás nunca me imaginé que todos esos cambios serían un arma de doble filo, que ahora a los jóvenes no les preocupa ayudar al otro y tampoco les interesase ayudarse a sí. Mis padres, solo veían como luchar con las más grandes fuerzas para conseguir el bienestar de nosotros, no se cegaban ante la necesidad del otro, por el contrario se conmovían de tal manera, que ayudaban al mendigo, al que hoy le arrojan piedras; seguramente si yo hubiera sabido la contraparte de mis sueños, quizás no me lo hubiera imaginado, o más bien el hombre ya no sabe qué hacer con lo que tiene. Es que vea mijo, cuando yo le fui a decir a su abuela que me gustaba, usted no sabe cuántas veces lo pensé, repetí el discurso en mi mente miles de veces, quería parecer un muchacho con mucha seguridad – de repente la abuela grito – casi que no me dice que saliéramos andar por la plaza, estaba más nervioso que yo – Ellos se miraron y se reían, se ven tan felices.
Él abuelo continuo – Casi no le digo a mi suegro que me dejará salir con ella y eso que la mamá siempre estaba pendiente, prácticamente estaba en medio de los dos, porque hasta un pequeño rose de manos, bastaba para que no me permitieran volver a verla, esos tiempos en donde si uno quería algo le costaba siempre el doble pero no había mayor felicidad que cuando uno lo lograba.
Yo pensaba: La vida del abuelo fue difícil, y aunque siempre se busque el camino fácil, entonces no era una opción, ahora si haces lo que te mandan bien y si no también, ahora ya no importa nada, ya no se lucha, siempre se ha de buscar el camino más rápido y eso, ¿qué remuneración tiene? ese es el futuro del país, facilista, mediocre, manejado por lo avispados, esos charlatanes, que con un buen discurso engañan, ahora por la ignorancia que se vive unas buenas palabras dichas en el orden correcto que nadie entiende, bastan para convencer y para que digan que “sabe mucho”, y los que en realidad saben, se hacen los ciegos y los sordos, ante una realidad que nos aqueja a todos ¿a dónde esto ha de parar? O ¿esto tendrá fin?”
Esa tarde Ernesto José me dijo – Vea José, mientras nuestros hijos, quieren un futuro mejor para ustedes, para que sepan y aprovechen una universidad, porque la mayoría de ellos no contó para lo que entonces era un privilegio de la clase alta, ahora acceder tiene muchas facilidades y una vez dentro, puedes cambiar el mundo, porque tu estas cambiando, porque el cambio comienza por ti, por mí, por nosotros, pero no todos aprovechan dicha oportunidad, algunos ese privilegio lo toman como un paseo, llegan agreden de tal forma un plantel que paradójicamente los está formando, así que mijito aproveche cada instante que le da la vida, cada nueva oportunidad, usted no sabe uno cuanto desearía ser joven otra vez, pero con la sabiduría que tengo ahora, pero la vida se trata de errores que ayuden, no de quedarnos en el mismo error.
Ernesto José, se paró, me sacudió el cabello con su mano y se dirigió al interior de la casa, yo me quede afuera y mientras observaba esta gran ciudad, sabía que ya no necesitamos más tecnología, si no sabemos usar la que tenemos, nos alejamos de los nuestros cada día más, el exterior está ahí para nosotros, para cambiar eso que no está bien, porque patear al mendigo no te hace hombre, ignorar la necesidad del otro no te hace superior, y si bien sabemos que es difícil confiar en estos tiempos en alguien, ¿por qué no empezar demostrando que puedes confiar en mí?, el cambio es posible.
En ese momento supe que debía hacer, no sabía cómo lo lograría pero lo haría, a veces no basta la iniciativa, si no inicias nada, ¡Debes Hacerlo!, empezar no es fácil pero en el camino habrá gente que crea en ti, y te dará una mano, así inician los grandes cambios.